viernes, 30 de julio de 2010
SÍ A LOS TOROS EN CATALUÑA
Por supuesto, no es el caso presentar argumentos a favor o en contra de mantener las corridas de toros, como suele decirse: quienes tienen que justificar la insólita medida son los que han decidido prohibirlas parlamentariamente. Hay gente a la que le gustan los toros y otros muchos que no han pisado una plaza en su vida o que sienten repugnancia por la fiesta: es la diversidad de los hijos de Dios. Pero que un Parlamento prohíba una costumbre arraigada, una industria, una forma de vida popular... es algo que necesita una argumentación muy concluyente. La que hemos oído hasta la fecha dista mucho de serlo.
¿Es papel de un Parlamento establecer pautas de comportamiento moral para sus ciudadanos?
¿Son las corridas una forma de maltrato animal? A los animales domésticos se les maltrata cuando no se les trata de manera acorde con el fin para el que fueron criados. No es maltrato obtener huevos de las gallinas, jamones del cerdo, velocidad del caballo o bravura del toro. Todos esos animales y tantos otros no son fruto de la mera evolución sino del designio humano (precisamente estudiar la cría de animales domésticos inspiró a Darwin El origen de las especies). Lo que en la naturaleza es resultado de tanteos azarosos combinados con circunstancias ambientales, en los animales que viven en simbiosis con el hombre es logro de un proyecto más o menos definido. Tratar bien a un toro de lidia consiste precisamente en lidiarlo. No hace falta insistir en que, comparada con la existencia de muchos animales de nuestras granjas o nuestros laboratorios, la vida de los toros es principesca. Y su muerte luchando en la plaza no desmiente ese privilegio, lo mismo que seguimos considerando en conjunto afortunado a un millonario que tras sesenta o setenta años a cuerpo de rey pasa su último mes padeciendo en la UCI.
¿Son inmorales las corridas de toros? Dejemos de lado esa sandez de que el aficionado disfruta con la crueldad y el sufrimiento que ve en la plaza: si lo que quisiera era ver sufrir, le bastaría con pasearse por el matadero municipal. Puede que haya muchos que no encuentren simbolismo ni arte en las corridas, pero no tienen derecho a establecer que nadie sano de espíritu puede verlos allí. La sensibilidad o el gusto estético (esa "estética de la generosidad" de la que hablaba Nietzsche) deben regular nuestra relación compasiva con los animales, pero desde luego no es una cuestión ética ni de derechos humanos (no hay derechos "animales"), pues la moral trata de las relaciones con nuestros semejantes y no con el resto de la naturaleza. Precisamente la ética es el reconocimiento de la excepcionalidad de la libertad racional en el mundo de las necesidades y los instintos. No creo que cambiar esta tradición occidental, que va de Aristóteles a Kant, por un conductismo zoófilo espiritualizado con pinceladas de budismo al baño María suponga progreso en ningún sentido respetable del término ni mucho menos que constituya una obligación cívica.
¿Es papel de un Parlamento establecer pautas de comportamiento moral para sus ciudadanos, por ejemplo diciéndoles cómo deben vestirse para ser "dignos" y "dignas" o a que espectáculos no deber ir para ser compasivos como es debido? ¿Debe un Parlamento laico, no teocrático, establecer la norma ética general obligatoria o más bien debe institucionalizar un marco legal para que convivan diversas morales y cada cual pueda ir al cielo o al infierno por el camino que prefiera? A mí esta prohibición de los toros en Cataluña me recuerda tantas otras recomendaciones o prohibiciones semejantes del Estatut, cuya característica legal más notable es un intervencionismo realmente maníaco en los aspectos triviales o privados de la vida de los ciudadanos.
sábado, 10 de julio de 2010
¿Es la caza cruel?
La supuesta crueldad de la caza es uno de los motivos más enfervorecidamente defendido por todo aquel que presume poseer una conciencia anticaza. En este punto la demagogia, la hipocresía y la doble moralidad han dado lugar a algo denominado el «Síndrome de Bambi», en el que el cazador se convierte en el malo, la encarnación de la perversidad y la crueldad gratuita, así como el desestabilizador del orden natural.
Desde que la vida se hizo levemente compleja y los organismos comenzaron a diversificarse existe algo que es consubstancial a la vida misma, esto es, la muerte a manos de otro ser que consume el organismo de la víctima. Las relaciones interespecíficas que se conforman sólo sobre la base de este hecho, son complejísimas y al final se llega a la conclusión de que dentro de un mismo ecosistema todas las especies están interrelacionadas entre sí, y a la vez consigo mismas. La predación de un individuo de una determinada especie no sólo favorece al predador, sino al resto de las especies animales y vegetales presentes en esa comunidad, y a la propia especie que ha sufrido la baja.
La vida real en la naturaleza
Si observáramos detenidamente la forma en que las presas suelen morir a manos de sus captores en el medio natural, y meditáramos brevemente, la naturaleza no nos parecería tan idílica. Una garza engulle y digiere un pez vivo, casi todos los reptiles emplean el mismo sistema, tragándose pollos, ratones, etc. completamente vivos, o por ejemplo el cocodrilo que sujetando fuertemente su presa la sumerge hasta ahogarla y la deja bajo el agua varios días para que se ablande. La mantis religiosa se come vivo a su amante mientras copula con él, las nutrias gigantes del Amazonas cansan previamente al yacaré para, una vez agotado, comerle la cola en vivo y abandonar el animal que ha tenido que asistir impotente a su propia desmembración en vivo. Los leones matan sus presas más por asfixia que por certeras dentelladas. Las espeluznantes imágenes que se pueden contemplar en el filme Alien: El octavo pasajero, en el que un ser inocula su embrión en el interior de otro, para desarrollarse en su seno y, posteriormente, una vez completada esta fase de su crecimiento, salir al exterior reventando a su hospedador y causándole la muerte de una forma brutal, no es ficción. Entre algunas especies de insectos se recurre a esta técnica para procrear, incluso aplicándola con sus propios progenitores. Con este panorama que forma parte de la vida natural, no deberíamos escandalizarnos por la muerte instantánea de un animal por un arma de caza.
Casi todos los animales que se cazan son muertos de una manera mejor cuanto más rápida, por varios motivos. En la caza un animal herido es un animal de cobro difícil y a veces hasta peligroso, lo que no beneficia a nadie, ni siquiera al cazador.
Con la caza se realiza una función de predación que está ausente o es escasa naturalmente, y el hombre suple la función de los predadores. El conejo que mata el hombre lo debería haber matado el azor, y no lo ha hecho dada su escasez.
Cazar no es necesario
Hay gente que piensa que no deberíamos matar estos animales porque al no ser imprescindible para nuestro mantenimiento nutricional, ya que disponemos de exceso de proteínas para alimentarnos, se pierde la funcionalidad única y principal del acto de la predación. No obstante me gustaría saber qué pasaría si sometiéramos todas nuestras costumbres alimenticias al mismo juicio. De momento las ostras, el queso de Idiazábal, el jamón de Jabugo, el cordero asado, etc. sobrarían, así como muchas otras cosas más, porque no son imprescindibles. Con criar vacas sería suficiente. Las vacas se sacrificarían y pasarían inmediatamente a una máquina picadora que reduciría sus masas musculares de diverso tipo, sabor, calidad, a una homogénea hamburguesa de carne picada donde obtendríamos nuestra aportación proteínica animal diaria. En realidad no necesitamos más.
Pero aun así estaríamos sacrificando animales. No me gustaría ser vaca en un matadero. Si hablásemos del sacrificio de los cerdos o de los pollos se nos pondrían los pelos de punta. Y, además, estos animales no tienen posibilidad alguna de escapar. Los del campo sí.
No obstante cuando nos sentamos a la mesa nos olvidamos de esto, y acusamos de cruel al cazador. Si vieran a los matarifes de un matadero, no sé cómo los calificarían, aunque los realmente crueles no son los matarifes sino los que consumen estos animales; si no existiera consumo no existiría sacrificio. Esto sí que es hipocresía y doble moral.
Volviendo al ejemplo de la vaca como única fuente de proteínas, no debemos olvidar que hay muchos que sostienen que la dieta exclusivamente vegetariana es factible y saludable. Luego, todo aquel que consume proteínas animales está embarcado en el mismo barco de crueldad y masoquismo que nosotros los cazadores, porque gracias a él se sacrifican animales innecesariamente por una exclusiva licencia a nuestro paladar. No entiendo por qué la vida de un corzo, siendo una cosecha cinegética o sobrante biológico, puede ser más sagrada que la de un añojo o un cordero. En cualquier caso cuando se come carne de animal domestico, silvestre o pescado, el trabajo sucio lo hacen otros.
Aunque adoptásemos la dieta vegetariana seguiríamos matando seres vivos. Una lechuga lo es, así como una remolacha o una zanahoria. Y las matamos de una forma nada cariñosa.
La crueldad con nuestros iguales
Pero la hipocresía va mucho más lejos. El hombre es el animal menos respetuoso de todos en este aspecto, y no hablo en relación con los demás, sino consigo mismo. Cuando vemos las horripilantes imágenes de las muchas guerras y del hambre de nuestro mundo, con las formas tan variadas de crueldad que se ejercen con nuestros semejantes se nos debería caer el alma al suelo. Incluso podemos tener intereses en alguna industria de las que fabrican formas tan variadas de destrucción, o de las que se benefician del subdesarrollo ajeno. Si observamos un poco podemos encontrar cualquiera de las miles de formas de crueldad con las que el ser humano se manifiesta en lugares muy cercanos a nuestra vida diaria. Abandonamos a nuestros mayores cuando son incómodos, incluso nuestros fieles animales de compañía, admitimos la droga en nuestra sociedad, conducimos temerariamente, etc. Pero los cazadores somos los malos.
«Venare non est occidere», como reza el viejo lema montero. Es algo muchísimo más complejo
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